Hace unos días venía con la idea de escribir sobre los colectivos que tomo, como forma personal, tal vez, de recordar algún día, los sitios por donde paso y que no quiero olvidar. Para mi sorpresa, no tanta en el fondo, alguien se me había adelantado, incluso ya es poquito famoso por el hecho. Daniel Tunnard, un inglés que vive hace ya varios años en Buenos Aires, en su proyecto "Colectivaizeishon" cuenta de manera muy personal, su experiencia en casi todas las líneas de colectivos de Buenos Aires. Yo no aspiraba a tanto, así que leerlo ha sido conocer otro poco, pero seguro también algún día escribiré ese post.
Ya van dos años de estar aquí. Para ese entonces la Selección Argentina no había sido eliminada del Mundial y Plaza San Martín, uno de los primeros sitios que conocí, se llenaba de turistas y locales apoyando su selección. Cuando venía de Ezeiza pensaba, o tal vez recordaba mucho, al Rodadero, en Colombia, pues a pesar de que hacía un frio invernal esa mañana de Julio, el remis pasaba por una gran autopista desde donde se veían apartamentos con su aire acondicionado externo y una línea en el horizontal con un sol que no me cuadraba con el frio que sentía. Supe entonces que en invierno también hace sol y también puede ser bonito. No conocía las estaciones, y tampoco había viajado en avión. Mi mente estaba en tantos lados que no se dió cuenta que el remis pasó por la 9 de Julio, tomó Corrientes, sitios que siempre, por lo menos alguna vez, muchas veces, canté.
Luego vino la Facultad, la UBA, el postgrado, la fortuna de conocer gente de casi toda Latinoamérica. Vinieron las costumbres, conocer, perderse, encontrarse, habituarse. Si, ya lo sé, es inútil resumir en pocas palabras dos años, no pretendo hacerlo. Muchos piensan que es fácil, incluso, hay días en que uno no se acuerda de nada, y solo disfruta, eso es fácil, es bueno. Otros días es el extremo contrario. Otros días simplemente no se sienten. Pero estar lejos no es fácil, y muchos de los que venimos aquí, venimos con buena onda, a estudiar o trabajar, a conocer y seguro a disfrutar. Si, ya se, hay muchos colombianos en Argentina y en Buenos Aires. Pero Buenos Aires es eso, es Latinoamérica junta y un poco de ganas perdidas ser Europa, y lo digo sin saber, porque conozco poco. Estar aquí que es tan grande, conocido, famoso y a veces, costoso, ha servido para saber que siempre hay algo más y que siempre hay que mirar más allá. Que siempre vale la pena soñar.
Aquí me he encontrado con las palabras, con los textos, con la lectura, con la música y la cultura. Dejé un poco ese temor con el que salimos en Colombia a las calles de que "algo nos va a pasar". Caminar tranquilo. Es más, camino de mi casa al trabajo todos los días, a veces, puede ser más rápido que en colectivo a las horas pico. Aquí también hay trancones. Aquí también roban. Aquí también se ve la Sociedad del Semáforo en las esquinas. También se trabaja, y se vive un poco con más calma, se disfruta más, se puede escoger. Las diferencias y similitudes es difícil ponerlas en palabras, y tampoco pretendo eso. Y así como extraño las montañas, mi barrio y mi casa, o la caótica Bogotá, quiero esta ciudad. Aquí pude estudiar y trabajar. Aquí he conocido gente que nunca dejaré ir. He viajado y también me he quejado. He sonreído y llorado. He visto el tango, y me refiero a verlo en las calles, en las casas olvidadas, en las chicas llegando a casa muy de mañana después del boliche. He comido alfajor y amado el choripan. Cosas que seguramente solo serán aquí y ahora. La lista es interminable.
Poco a poco vuelvo a pensar en otra estación y en otro puerto a donde llegar. Para mi Buenos Aires siempre fue un sueño, y dos años después lo estoy terminando de cumplir. Buenos Aires es más que Tango y Fútbol, es más lejos que Puerto Madero, San Telmo, o Boca. Yo pude conocer otro poquito en ese acostumbrarme a vivir aquí y es la que prefiero, alejada de pretensiones e intenciones, la normal. Y se que va más allá, incluso que es interminable. Y esa, esa, la que no conozco, capaz, es la que más me gusta. Esto no es más que un agradecimiento a esta tierra de dulce de leche y mate amargo por tantos buenos días, por tantos buenos aires. Dicen, y eso creo, y quiero, que de Buenos Aires uno no se irá nunca, o lo que es mejor, que siempre volverá.