Creo que con la película que recién llego de ver, sobrepase las más de 50 películas vistas en los Buenos Aires, pero no películas de hollywood, sino de esas que no llegan a las salas comerciales y que solo hacen parte de ciclos específicos, festivales inolvidables y que solo se ven en lugares mágicos. Me voy acercando un poco, sin pretenderlo, al cine de autor y a tratar de entender el arte de todas las artes. No como el espectador normal, sino haciendo parte del delante de la pantalla.
Al tiempo creo que he visto otras 50 películas por el computador, descargadas o en línea. Pero me interesan las otras, esas que conservan la proyección, las viejas sillas de teatro, esos sitios que sin quererlo me llaman, me atraen y me atrapan. Aquí aún existen. Cada vez menos, pero se conservan. Seguro me hace falta tiempo, plata y a veces ganas para ver más. La mayoría corresponde a estos sitios, otras veces ciclos semanales de los que me volví espectador habitual, otros festivales imperdibles: casi todas gratuitas o de bajo costo.
Ni idea cuando empezó todo esto, pero mi memoria me remite al placer de colaborar y proyectar películas en el auditorio de mi universidad: esa máquina que filmaba máquinas, ese ruído, las luces que se apagan, los cortos, las huellas en la película original, los rollos, los subtítulos... los festivales de cine europeo, el festival de cine colombiano... que bueno fue estar ahí. Aún recuerdo la última proyección: "Los viajes del viento"de Ciro Guerra, curiosamente un compañero de años atrás en el bachillerato.
Poco a poco me fui alejando del cine comercial, sin dejar de pasar algunos nombres cautivantes y otras cosas que solo se ven en las pantallas de los grandes complejos cinematográficos.
Cuando vine aquí, y tal vez sin proponermelo quería encontrar parte de ese mundo mágico, y aunque tardó el proceso encontré la Sala Lugones en el Teatro San Martin en Calle Corrientes. Un décimo piso que se ha convertido en uno de mis lugares favoritos, donde he pasado horas felices y descubrimientos fabulosos, he visto películas de tres horas, he esperado por otras, he encontrado un poco de calma y sobretodo la sensación infinita de poder ser parte de todo, del aire tal vez.
He visto todo ese "otro cine", desde los grandes autores, a los nuevos cineastas argentinos, desde Korea hasta Cuba. Todos y ninguno me han llevado a pensar la forma de narrar y a inventarme mis propios vídeos, a querer leer y ver mucho, a no saber nada, a querer contarlo yo. Cada vez entiendo un poquito más.
El espacio Inka, los Arteplex, los ciclos de la Biblioteca Nacional, del Palais Glace o de la Universidad del Cine, también se llevan parte de estos elogios. Caso aparte el Cine Cosmos de la UBA, un viejo teatro con dos salas, también perdido en Calle Corrientes, cerca a Once, donde el tiempo se ha detenido, y sus sillas rojas y su ambiente melancólico me transportan al Cine Teusaquillo en Bogotá, ahora desaparecido y convertido en sitio de conciertos bajo el nombre de Teatro Metro, donde hace ya algunos años pasé momentos felices.
Con algunos vacíos guardo las reseñas y entradas a todas estas películas, los títulos y directores. LLegó a casa y busco información. Leo. Relaciono. Sueño. Descargo la banda sonora. Canto. Las películas son las únicas huellas intactas que estamos dejando visualmente hoy día.
He tratado de escribir mis propias reseñas, sin saber mucho y sin pretender tanto, y que espero poder refinar y publicarlas alguna vez. Que bueno que ha sido esto. No habiendo más eso haré.
Se apagan las luces, la sala queda en silencio: es hora de empezar a verte en el espejo.
Gracias Buenos Aires por de - volverme cine.
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